viernes, abril 2

Día 2

Después del primer día, las cosas habían cambiado entre nosotros. Cualquier pudor que hubiera se había disuelto entre los fluidos que dejamos la otra noche. Tan sólo con pensar que habían aumentado las posibilidades de que se repitiese aquello me ponía realmente enferma. Enferma de deseo.

Sin darnos cuenta la habitación se había hecho más mutua que nunca y nuestra fogosidad se volvía cada vez más y más evidente... Era un hecho inocultable y maravilloso.

Nuestras bocas, divertidas, se buscaban constantemente queriendo conocerse, más aun.
Nuestras lenguas alternaban entre rapidez y salvajismo con tranquilidad y ternura, era una mezcla fabulosa y excitante. Frenesí, pasión, ardor. Sus labios corrían y titubeaban con cada centimetro de mi cuerpo, lo rastrearon entero. Sentía su olfato recorriéndome toda, inundándose de mi aroma, deséandome cada vez más. Bajaba suave y sigiloso por mis piernas. Las tocaba, las acariciaba, las besaba... Le sentía tan cerca y tan caliente que podría haberse fundido en mi cuerpo. Nos pervertimos el uno al otro tomándonos todo el tiempo del mundo. El tiempo... que no pasaba.
Nos dábamos placer sin descanso, colmábamos el éxtasis. Dios, disfruté tanto.

Sus dedos de guitarrista me tocaban con rapidez y entusiasmo, como uno de esos solos agudos e infernales de Hendrix... Se sumergían, buceaban, exploraban mi vagina sedienta. Correteaban por lugares insospechados y yo... Yo me perdía en sus recorridos. Apretaba con intensidad las sábanas, pero nada me relajaba en ese instante.
Lujuría desenfrenada. Su boca tímida y pasional rodeaba mis pezones erectos. Los saboreó hasta la saciedad, y más. Nada era suficiente. Yo no podía parar de moverme, su lengua, su boca, sus manos, esas manos grandes y suaves, esas diosas... ¡Cielos! Estaba volviéndome loca de placer.

Mis manos le apretaban, le tiraban del pelo, pasionales. Las suyas las sentí más salvajes y seguras que nunca. Se recreaban en mis senos una y otra vez, ávido y ambicioso. Mayestático en su sillón, sentado. Y yo, encima, me movía incesante y húmeda. Muy húmeda. Seduciéndole de nuevo.

Él... puro hierro, diamante en bruto, tan erecto.
Yo... deshecha. Agua y fuego, pura mecha.
Absorta en él, embelesada en mí.

XX

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